El monje agradable

El otro día o, quizás, el otro año, conocí a un monje de la iglesia ortodoxa rusa. Justo en la calle de Moscú.

Me gustó su rostro y le pregunté si pudiera tomar una foto de él para mi cuenta en Instagram.

¿Qué es eso exactamente?, me preguntó a mí. Expliqué como pude de las fotos del Internet que son disponibles para todos los usuarios.

¿Qué exactamente es el Internet?, él me preguntó otra vez. Internet es como radio, respondí, está por todos lados, alrededor de nosotros, encima de la Tierra y aun abajo, refiriendo al metro.

Gracias a Dios, no me preguntó sobre la radio… Porque no sé nada de cómo las ondas traen la voz.

El religioso me miró a mí con una mezcla de asusto y perplejidad. El segundo momento la curiosidad prevaleció y recibí su consentimiento. Saqué unas fotos y los mostré a él. Bien, dijo.

El monje no fue de Moscú, por supuesto. Llegó para una reunión religiosa desde un monasterio en un lugar obviamente olvidado de Dios, Zuckerberg y el Ministerio de comunicaciones de Rusia.

A decir verdad, no siempre pido permiso para sacar fotos de la gente. Lo hago sin ninguna consideración para la privacidad ni para otra razón. Resulta que después de todas las fiestas hay hombres y mujeres que me piden borrar las fotos que he tomado de ellos.

Sin embargo, con ese monje no pude actuar como siempre. Pareció un hombre muy decente y vulnerable que no es usual.

A propósito, su nombre es Viacheslav.

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